domingo, 12 de junio de 2011

CORAL

Capítulo 4



Resumen de lo anterior:
Félix se encuentra con Coral en las fiestas de Estella. A pesar de las dificultades que tienen para poderse ver, consiguen estar juntos en diferentes ocasiones y en una de ellas declararse su mutuo amor. Coral sale con un grupo de gitanos que capitanea Amador, un primo de ella que según las leyes gitanas los prometieron de “churumbeles” en casamiento. Amador sorprende a la pareja de enamorados y tiene un fuerte enfrentamiento con Félix, que no pasa a mayores gracias a la intervención de Coral. Ante el aspecto que han tomado los acontecimientos dejan de verse y Félix busca su desconsuelo refugiándose en Mari Carmen. Terminadas las fiestas, Félix regresa al pueblo…

Me encontraba escuchando la radio cuando mi madre vino a interrumpirme diciendo

-Hay una chica abajo, en la entrada, que dice llamarse Coral y pregunta por ti.

El corazón me dio un vuelco, era mi Coral que venía a verme, a mi pueblo, a mi casa y mi madre había pronunciado “hay una chica” no había dicho “hay una gitana”. Bajé las escaleras de dos en dos totalmente acelerado y la visión que encontré en su final fue, a Coral, que estaba radiante. Nos fundimos en un abrazo y nos dimos allí mismo un gran beso, que digo un beso, un ciento de besos. Nos comimos a besos.

Coral se emocionó y se le escaparon las lágrimas. Pasé mi mano por sus mejillas y le dije:

- No llores, amor mío. Como te he echado de menos. Cuanto te quiero

- Y yo a ti, mi cariño, mi cielo, mi vida, mi todo, mi payo del alma. Tu ausencia me va a matar.

Nuevamente nos besamos.

-¿Cuántos días vas a estar? –le pregunté-

- No lo sé de seguro, pero bastantes. Tenemos la intención de recorrer todos los pueblos cercanos a éste y dejar el campamento montado aquí.

Escuchar eso me llenó de alegría y entonces se me encendió la bombilla y me vino una idea a la cabeza. Le dije que esperara un momento y subí a mi habitación a buscar entre mis libros viejos, mis primeras cartillas de lectura y escritura, que yo sabía las había guardado con gran mimo. Las encontré y volví a la planta baja de la casa donde aguardaba Coral, se las entregué y le comenté:

- Estos cuadernos son las cartillas donde yo aprendí a leer y escribir y me haría ilusión enseñarte a ti.

-Yo ya soy “mu” mayor y no sé si “maprenderé”-contestó Coral -Nosotros no tenemos libros y todas las cosas nos la cuentan nuestros abuelos y padres y nosotros se las contaremos a los que vengan luego.

- No te preocupes yo las llevaré siempre conmigo y a cada encuentro que tengamos te iré enseñando de poco en poco.

- Félix, mi amor, me voy, pero antes dame algo de comida “pa” mi gente.
En la tranquilidad que nos ofrecía el pueblo pasamos muchos días juntos, por la mañana, por la tarde y también por la noche. Coral tenía una buena disculpa para su familia, decía que iba a pedir, que era su principal labor y punto. Su hermano Mauricio, cuando me veía, me seguía como un perrillo y muchos ratos pasaba con nosotros y si Coral se abrazaba a mí, él también se unía a los dos profiriendo sus ya consabidas carcajadas y sonidos guturales. Cuando nos interesaba quedarnos solos, Coral sabía cómo quitárnoslo de encima. Le tomé gran aprecio e intuía que aunque lo despachábamos, alguna vez se quedaría cerca para espiarnos.

Nuestro amor se fue acrecentando, nuestros besos igual y a ratitos le fui enseñando a leer, primero las vocales, luego alguna consonante, a formar sílabas y todo eso. Conseguí que aprendiera alguna letra y que torpemente dibujara, más que escribiera, su nombre y el mío. Coral hacía lo que podía y la escritura se le daba mal. No cogía bien el lapicero y, entre risas, recibí alguna torta de ella a costa de las bromas que le hice sobre eso. Pero era tenaz, trabajadora y sobre todo cabezota. Las palabras en castellano que pronunciaba mal y que trataba de corregirle, no había manera y me insistía:

- Se hablan así, siempre las decimos así. Vosotros no sabéis “na” del lenguaje nuestro

- Coral, que no se dice “na” que se dice nada.

En el pueblo, aunque tratamos de estar en lugares poco visibles, nos veían juntos y los chismorreos eran frecuentes, pero ni por asomo imaginaban, que teníamos algo más que amistad.

Por las tardes de ese mes de Agosto, solía ir a buscar a Coral, cerca de su campamento, por las orillas del río y nos acercábamos a nadar a un pozo cercano que yo sabía no era visitado por los amigos de mi pueblo y que estaba bien escondido por la vegetación. Coral se metía al agua vestida, cual estaba, y yo me quitaba la ropa y me quedaba con el pantalón de baño. Me hacía mucha gracia verla de aquella guisa y le hacía un montón de bromas por su costumbre. Entre aguadillas y risas nos refrescábamos en aquellas aguas tan limpias y se nos pasaba el rato. Al salir, Coral seguía con su vestido mojado y nos tumbábamos en la hierba para que nos secara el sol.

Sucedió que una de esas tardes que habíamos ido a bañarnos al pozo, Coral me dijo:

- Tengo algo para enseñarte

- …¿Y qué es?

Coral se quitó su vestido sin ningún pudor y se quedó en ropa interior.

- Es una combinación de “nailon”, y ya veo como la miras. Mi hermana me la “dao”. Es de las cosas que lleva el Angel por los “mercaos pa” venderlas y que se le las dejó “pa” guardarlas antes de entrar al talego. Mi hermana dice que las payas la llevan. ¿Te gusta?

- Me gusta mucho, pero tú me gustas más.

La verdad es que Coral con aquella saya estaba guapísima y sexy. Era blanca y de tirantes finos, con puntillas en el pecho y al final de las rodillas. Traté de agarrarla y darle un revolcón pero ella se zafó con facilidad y en carrera se metió al agua. Yo me quedé en la orilla observándola. Cuando salió la combinación se le había pegado al cuerpo y se le trasparentaba todo.


Completamente empapada se cobijó a mi lado. No pude reprimirme, me di media vuelta y me tumbé encima de ella. En esa posición la colmé de unos besos apasionados e incesantes. Por debajo de la poca ropa que llevaba, mis ágiles manos recorrieron todos sus rincones con el beneplácito de Coral, que me lo parecía, no le desagradaba.


Continué los besos y seguí acariciando todo aquello que mis labios encontraban a su paso. Fueron unos minutos maravillosos que hubiera deseado que continuaran por más tiempo, a los que Coral puso fin, ante el cariz que tomaban los acontecimientos. Con una gran delicadeza y sin dejar de besarme se deshizo de mí. Se incorporó y volvió a meterse al río. Con el sofocón yo también necesitaba refrescarme y acudí a nadar a su lado.

Aquellos baños se fueron repitiendo, durante aquel verano alguna otra vez, y también los momentos íntimos. La verdad es que estábamos muy enamorados y “chaladitos” el uno por el otro. Me volvía loco ver a mi amada ligera de ropa y cada vez teníamos más cuidado por si nos pillaban. Como Coral era imprevisible, un día dejó de exhibirse en combinación, se la quitó, la guardó con su vestido y se mostró como su madre la trajo al mundo.

Era la primera vez que la veía completamente desnuda. Su cuerpo me lo había imaginado en multitud de ocasiones pero esa visión, que ahora tenía en “cinemascope”, era lo más fuerte de todo lo que nos había pasado. Lo examiné despacio y milímetro a milímetro. Muchas de sus cosas, se las había visto y tocado parcialmente o a hurtadillas pero ahora era distinto y la visión gratificante. Tenía un cuerpo bien conformado de piel aceitunada, asentado en unas piernas algo delgadas pero de pantorrilla gruesa. Sus pechos exuberantes, dibujaban una corona de color marrón oscuro de la que sobresalían unos tiesos pezones, y me venía a la cabeza que si alguna vez teníamos hijos, iban a ser bien alimentados. La cintura estrecha, las caderas más bien anchas, el vientre plano, los genitales cubiertos de abundante vello, los “caireles” (pies) de número alto. Su espalda recta terminaba en un culo respingón que ya se lo había dictaminado el día que la conocí, al igual que me había fijado, en ese mismo día, en sus ojos y su pecho. Era, a mi parecer, una mujer hermosa y encima gitana y así se lo hice saber:

- Que hermosa eres Coral y que guapa. Cada día me gustas más. Me vuelves loco ¡Eres una gitanaza¡

- ¡Que tonto eres…payo! -me contestó, airada-

Así como estaba, la recosté a mi lado y empezamos a besarnos y acariciarnos. Todo era más fácil, pues no había nada que destapar ni que buscar. Todo lo tenía allí a mi disposición y fui dando buena cuenta de ello. Pronto me puse rojo como un tomate y un calor agobiante se fue apoderando de nuestros cuerpos que ahora yacían el uno sobre el otro. La fiebre subió, la presión de los besos igual. La saliva se quedaba en los sitios más recónditos. Éramos una madeja enredada y húmeda, una maraña de brazos y piernas que no cesaban en sus movimientos.

Coral me desprendió de mi pantalón de baño. Mi excitación iba en aumento. La quise penetrar pero ella me lo impidió. Lo intenté varias veces pero Coral siempre me rechazaba retirándome hacia atrás.Seguí con los tocamientos y los besos. Era un volcán a punto de estallar. Al cabo de un rato descargué lo que deseaba ya salir. Sentí un placer inmenso que no sabría describir pues era muy distinto a todo. Seguimos abrazados y besándonos sin parar y una vez calmados, Coral se incorporó y antes de vestirse se lavó a la orilla del río, mientras una sonrisa maliciosa adornaba su cara. Quise aclarar con ella alguna cosa y le dije:

- Hubiera querido hacerte mía, acoplarme contigo y que me sintieras muy dentro de ti, ¿por qué me lo has impedido?

- Yo lo estaba deseando -me respondió- pero me he resistido por nuestras leyes gitanas que me impiden hacerlo. Tengo que llegar virgen al casamiento, porque si no sería una deshonra para mí y la familia.

Acepté las explicaciones que me dio y algunos detalles más sobre sus tradiciones y costumbres. Charlamos de todo un poco y sentados en una piedra vimos un atardecer precioso, de esos en que las nubes se ponen de color rosa, como el algodón de azúcar de las ferias, y muy enamorados nos fuimos, ella a su campamento y yo a la casa de mis padres.

Los días se le fueron acabando al mes de Agosto, en que tantas cosas nos habían sucedido y que tan felices habíamos sido.

En uno de esos últimos días, estando con Coral en una chopera, cercana a su campamento, abrazados y besándonos, apareció su madre que venía de lavar la ropa del río, seguida a corta distancia por Mauricio. Al sorprendernos en esa actitud, se echó las manos a la cabeza y empezó a tirarse del pelo mientras desesperada gritaba y chillaba cosas inteligibles de su idioma romaní. Avanzó hacia nosotros y se fue hacia Coral que al verla venir se retiró inmediatamente de mi lado. Le sacudió una bofetada a cada lado de su cara y a mí me lanzó una patada fallida a mis partes blandas y me araño por donde pudo. Gracias a que Mauricio, ante el aspecto que tomaban los acontecimientos, la cogió por la espalda y la sujetó fuertemente, mientras le repetía un monosílabo:

- ¡No, no, no¡

Llena de coraje, su madre fue desgranando un rosario de frases y palabras de las que solo entendí:

- ¡ojala tu madre tu hubiera parido en sangre, cabrón! ¿… no te la habrás “chingado”? ¡voy a dar fuego a tu casa y a todos los que estéis dentro!

Empujó a Coral y se la llevó. Mauricio las siguió detrás, todo asustado y nos miraba con cara de circunstancias.

Al día siguiente estaba desayunando y mi madre en la cuadra apañando los animales, cuando asomada por la escalera me gritó:

- ¡Baja!...

Me encontré fuera de la puerta a Coral y Mauricio. Coral tenía un pómulo amoratado y la otra mejilla roja, me cogió de la mano y dijo:

- Nos vamos, Félix. Con lo de ayer, y mi madre que estaba ya “chalaa” por un jaleo que tuvo con una paya del pueblo, que dijo que iba a dar parte a la Guardia Civil, han decidido levantar el campamento y marchar.

Mi madre, que escuchaba la conversación salió a la entrada y se dirigió a Coral, increpándole:

- Así que ésa era tu madre, pues que sepas, que el jaleo lo tuvo conmigo. Me robó una soga y ha robado otras cosas a las vecinas mías. Hacéis bien en iros porque la Guardia Civil pronto acudirá y ahí os las entendáis. Os van a llevar a la cárcel por ladrones. ¡Fíjate hijo lo que pasó! Llamó la gitana pidiendo limosna y yo le bajé un trozo de pan duro. Al dárselo me contó que tenía más familia y niños pequeños, que le diera algo más. Le volví a bajar una botella con leche. Resulta que tenía colgadas varias sogas, de las de atar la burra en la era, en la barrera de madera que separa la entrada de la cuadra y cuando la gitana se fue, por casualidad, me di de cuenta que faltaba la soga más larga y nueva y que encima estaba recién comprada. Salí detrás de ella y las vecinas me dijeron que la habían visto subir al barrio de arriba. La oí hablar en una de las casas, entré y le dije: ¡So puta!, ¿donde está la soga que me has “robao”…? Ella a callar, así que como ya sé de sus mañas, le levanté los “faldurriales” y allí la tenía guardada. Se la arrebaté y con la misma soga le dí unos buenos “zurriagazos” en las piernas. No dijo ni “miau” y salió a todo correr barrio abajo. Luego, estuve hablando con varias vecinas y me dijeron que habían echado a faltar una manta, unas tijeras de podar y una hacha pequeña. No sé donde las pudo esconder. La Guardia Civil ya está avisada y tu hijo ¡ajuntándote con esta gente de mal vivir!

- Madre, Coral no tiene ninguna culpa

-Sácales encima la cara. Te dije que no traerían nada bueno, más que problemas, y tú hijo, tanto estar con la gitana ya veo que te has “encoñao” con ella. ¡Déjala!, que si no te arrepentirás. Te pronostico que te ha de hacer sufrir mucho, y si no al tiempo.

Cuando mi madre se va y después de semejante discurso, Coral muy avergonzada me dice:

- Félix, lo peor es que, mi madre me va a mandar con su hermana Angustias a Tafalla, “pa” que así no pueda estar contigo. Ya sabrás de mí por las primas de Estella, la Amara y la Rocío. Adiós amor mío, ¡hasta pronto! ¿Qué va a ser de nosotros…?

- Sabes que te quiero Coral y eso no será ningún impedimento para que deje de quererte y piense siempre en ti. Espera, que te voy a bajar la foto que nos hicimos juntos en las fiestas de Estella y también las cartillas de leer y escribir.

Se lo entrego todo y Coral besa la foto y la guarda en su pecho.

- Aquí estarás muy cerca de mí. ¡Toma!, yo también te traigo algo.

Coral pone en mi mano un trozo de metal que se asemeja a una cruz

- Es “pa” ti, Félix; en prueba de mi amor. Es un amuleto, te dará suerte y también te traigo una foto mía “mu” maja. Me la hizo el “fotero” aquel de las fiestas de Estella, “pa” que siempre te acuerdes de mí.

- Gracias Coral, ¡estás preciosa! No podré olvidarte.

Abrazados nos besamos y nos decimos adiós. A Coral se le escapan unas lágrimas y Mauricio se la lleva. Los veo alejarse calle abajo, en dirección al río y Coral de vez en cuando se vuelve posa su mano sobre sus labios y me manda besos a través del aire. Mauricio agita su boina.

Una vez más volvemos a separarnos. Es triste y me causa dolor. ¿Por cuánto tiempo será? ¿Cuándo nos veremos? ¿Cuándo podré volver a estar con ella? Me he enamorado de alguien a quien no pudo ni tan siquiera escribir. No tiene domicilio fijo y las dificultades para encontrarme con ella son grandes. Todo son adversidades. Su familia opuesta, la mía también. ¿Por qué? -pienso-, no nos escapamos los dos juntos ¿Y a dónde iremos y de que viviremos?

En estas cavilaciones, llego a la conclusión de que nuestra relación no tiene ningún porvenir. Quiero aferrarme a la idea de que estoy equivocado, y que querer es poder, pero me asaltan un montón de dudas y recuerdo en mi memoria las palabras que dijo mi madre: “¡Te hará sufrir!”.

(...continuará)

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