lunes, 27 de mayo de 2013

CORAL- Capítulo 13


Resumen de lo anterior:

Autor: Félix Gracia

Félix, ayudado por el abogado Gutiérrez ("Guti" y "Fati" ) y por el hermano de Coral, Ángel, siguen realizando las indagaciones pertinentes para averiguar que es lo que ciertamente pasó con la muerte del marido de Coral, Amador.
Después de entrevistarse con diferentes personajes de la trama, visitando Félix la obra donde ocurrió el accidente, habla con Fermín su encargado y con un transportista de materiales de construcción que estaba presente el día del  accidente. 
Ambos aportan nuevos datos.....

Acompañé a Fermín hasta un lateral del edificio donde estaban depositados, a cubierto, residuos de madera de todo tipo y comenzamos a mirar.

         -¿Y aquí que buscamos? –Preguntó Fermín-

        -Si está, lo que quede del andamio que se desprendió, según nos ha contado el chófer del camión de la tejería de Calahorra –le respondí-

No fue necesario revolver mucho. Aparecieron los restos del andamio fracturado y también las sogas de cáñamo con las que mediante una polea lo izaban y bajaban. Examiné minuciosamente la soga y el hallazgo fue que tenía, en cada metro aproximadamente de su largo, unos ligeros cortes en la mayoría de los hilos que componían la cuerda, pero sin llegar a seccionarlos del todo. Estaba claro, aquella soga había sido manipulada para que se rompiera. Se la hice comprobar a Fermín y no dudo en certificar mi opinión, con un lacónico:
         -A esta soga le han metido mano con una navaja.
Inmediatamente, y sin perder ningún minuto, me acerqué al bar de carretera desde donde telefoneé a Gutiérrez:

         -“Fati”, tengo noticias.

-¿Tan pronto? –Extrañado- Que pagan el dinero que les pedimos, ¿No?

-De dinero, ¡nada!... te cuento… 

Acudí a la obra conforme me distes instrucciones y estuve hablando con el encargado, Fermín. Cuando lo hacía apareció un camionero de los que transportan ladrillos de una tejería y nos contó que él estuvo presente en la obra el día del accidente de Amador y vio como Amador se cayó del andamio porque el andamio se desprendió y fueron al suelo el gitano, los ladrillos, la herramienta y hasta la caldereta de la masa. 

Sorprendido por la revelación, Fermín me llevó a un lugar de la obra donde guardan los residuos de madera que se van haciendo y ¡cágate lorito!, allí aparecieron los restos del andamio y la soga de la polea que pudimos comprobar que había sido manipulada por diferentes sitios con la finalidad de que se rompiera.
-¡Anda la hostia! “bien peinaó”, esto puede dar un giro de noventa grados a lo que en principio venimos negociando. ¡Aquí, puede haber gato encerrado! ¡Verás lo que tienes que hacer!, rápidamente llégate al cuartelillo de la Guardia Civil y pones una denuncia, ellos te dirán los términos si les explicas brevemente de que va el asunto y lo que has descubierto en la obra referente al andamio.


Ellos a raíz de la denuncia, harán las indagaciones que crean oportunas y si nos necesitan, para lo que sea, les das los teléfonos de María Puy y el mío. Me vuelves a llamar para que te informe de si se han puesto en contacto con María Puy o conmigo y de momento, casi te aconsejaría, que guardes discreción y no comentes nada incluso a Coral. 

Siguiendo las instrucciones de Gutiérrez me presenté en el cuartelillo de la Guardia Civil indicando que quería hacer una denuncia, para poner en su conocimiento unos hechos que podían ser constitutivos de un delito. 

Me pasaron al despacho del sargento, un hombre grueso de prominente barriga, afilado mostacho y un cierto deje andaluz, que me trató con absoluta corrección y paciencia. Después de identificarme con mi carnet, le narré de principio a fin toda la historia y el hallazgo que habíamos hecho, en la obra, de la cuerda manipulada que debía sujetar el andamio. 

Un número, la pasó por escrito a unos folios con papel de calco en una máquina Hispano-Olivetti, que en ningún momento llegó a echar humo, y una vez hubo acabado, me los entregó para que los leyera y firmara.

El sargento también los firmó y me entregó una copia del acta de mi declaración, diciéndome:

-Aquí tiene “usté”, la copia, para que la guarde. Y… ¿qué le iba a decir? ¿Tiene “usté” algún sospechoso?

-¡No, no tengo ninguno! Antes de marcharme, me va a permitir, que le deje los nombres y teléfonos de mi procuradora y de mi abogado y cualquier incidencia, le agradecería, se pusiera en contacto con ellos, como personas más puestas en estos temas. Como ya le he contado, ellos están al corriente de todo, por los trámites que están llevando para pedir a la empresa constructora una indemnización para la viuda y los dos hijos, que el gitano muerto ha dejado.

-¡Entendido! Inmediatamente comenzaremos a realizar las averiguaciones oportunas y cuando éstas se den por terminadas enviaremos el atestado a la autoridad judicial.

Hechas todas estas gestiones y después de la hora de la comida, me encaminé hacia las casas del Puy, del barrio Lizarra, con la ilusión de volver a estar con Coral. La hice salir de su chabola, dejó a Coralín y a Felisín con Remedios, y nos subimos paseando hasta la explanada de la Basílica de Nuestra Señora del Puy, en uno de cuyos bancos exteriores nos sentamos. 

En el momento que nos sentimos solos, nos dimos unos besos y también unos abrazos. Coral, estaba efusiva y parecía por su actitud que se le iba pasando el trago de la muerte de Amador. No quise comentarle nada, conforme me había indicado Gutiérrez, de los últimos acontecimientos ocurridos y me limité a decirle que venía a despedirme:
-Coral, mañana a primera hora, tomaré el autobús para volver a Logroño y reintegrarme a mi trabajo. El amigo mío, el abogado, Gutiérrez, se marchó hoy. Cuando tengamos noticias de la constructora o de su abogado, volveremos. No te preocupes por ello y ¡tranquila! que las cosas siguen adelante.

-Amor mío, ¿no puedes quedarte más? ¡No me dejes mi payo! Ahora que comenzaba otra vez a sentirme feliz…

-Tengo que irme, Coral.

Cuando atardeció, regresamos perdidamente enamorados y deseosos de volver a estar juntos. Dejé a Coral en su chabola y yo me fui para mi pensión con la intención de recoger algunas cosas y preparar la marcha para el día siguiente. Como se había hecho la hora de la cena, me metí en uno de los restaurantes de la Plaza de San Juan que estaba situado en un primer piso de un edificio antiguo y singular. Para despedida se me ocurrió tomar gorrín asado con ensalada, de plato único, regado con un buen tinto Rioja. Estaba tan bueno que me puse “morado”. 

A la salida del restaurante, encontrándome pesado, antes de irme a dormir, y para dar tiempo a que me hiciera la digestión, decidí darme una vuelta y tomar unas copitas de pacharán.

Cuando miré al reloj era ya una hora avanzada y encaminé mis pasos en dirección de la pensión. Al atravesar una calleja estrecha, de sus sombras salieron dos tipos. Uno de ellos se me echó encima sujetándome por la espalda y el otro me propinó varias “hostias” con sus manos por la cara y el cuerpo que me tumbaron en el suelo; y sin que yo pudiera hacer nada por defenderme. Seguidamente echó mano a su bolsillo y sacó una navaja de considerables dimensiones y amenazante me interpeló:
- Hoy, “t’emos daó” cuatro hostias, la próxima vez, ésta que ves como luce, te la voy dejar “clavaá”, ¡Payo de mierda! A ver si te aprendes que en las cosas de calós no debes meter la nacrí (nariz). “T’as avisaó” ¡hijo puta!

Con el susto, los golpes por el cuerpo y completamente mareado, -no por el vino de Rioja ni por las copas de pacharán-, cuando me pude incorporar, me dirigí primero al hospital a que me hicieran una cura y me echaran unas placas del pecho. No encontraron nada roto y después de untar los arañazos con mercromina y poner algún esparadrapo –a uno de los ojos que había tomado un bonito color amoratado y que comenzaba a cerrarse, no pudieron ponerle remedio- me fui al cuartelillo de la Guardia Civil a poner una denuncia por agresión y amenazas. Luego, me acosté en mi cama de la pensión y estuve largo rato sin poder coger postura porque me dolía todo el cuerpo.

Por la mañana mi cara presentaba un bonito aspecto de carnaval y mi cuerpo se encontraba más dolorido aún que la noche anterior y no respondía a las llamadas que le dictaba mi cerebro. Sacando fuerzas de flaqueza, renqueante y antes de tomar el autobús que me devolviera a Logroño, a duras penas pude subir las cuestas del Puy y entrar en la chabola de Coral. 

Al verme en tan lamentable estado, comenzó a proferir gritos y lamentaciones:

         -¡Ay Dios mío! ¿Pero que “t’apasaó”?

         -¡Ya ves! que me han dado un “repasito”

         -¿Y quién “a’sió”…? ¡“Pa verte mataó”!

-Una pareja de gitanos que anoche se ensañaron conmigo y ¡venga! que no ha sido para tanto.

Tío Raimundo! –llamó Coral, gritando- A Félix le han estivaó una pareja de gitanos, ¡salga! ¡Mire como “l’an dejaó al probe”!

A la llamada de Coral, el tío Raimundo salió apresuradamente con su cachaba en una de sus manos y no tuvo por menos que exclamar:

-¡Vaya jeta que “tán dejaó” payo! “T’án daó” una “güena” estiva (paliza). Y qué dice la Coral ¿”c’an” sido dos calós? ¿…Y tienes siscababén (conocimiento) de quienes eran?

-Fue anoche, salieron de una calleja oscura y no pude verlos, pero por como hablaban y lo que me dijeron, seguro que eran gitanos.

-¿Y qué es lo que te mascullaron payo?

-Me dijeron, que no me metiera en temas de gitanos, que ahora me avisaban y que la próxima vez me clavarían sus navajas.

-Yo me enteraré quienes “an’sió” y por mis muertos te juro que lo van a pagar.

Una vez en Logroño me puse a trabajar en la oficina. Los compañeros me preguntaron por qué llevaba la “cara echa un cromo” y yo les contesté que había tenido un “accidente”, excusa que me sirvió para poder justificar mi retraso en incorporarme al puesto de trabajo. En cuanto tuve un rato libre llamé a Gutiérrez para informarle que me habían “partido la cara” y preguntarle a la vez si había recibido alguna noticia de Estella, de Echeverría, de su abogado, de María Puy o de la Guardia Civil.

-De momento, ¡nada!, “bien peinaó”, pero esto cada vez se complica más y no me gusta. Ahora te dan una paliza unos gitanos y ¿a son de qué? ¿Qué motivos tienen? ¿Te encuentras bien? ¿Lo habrás denunciado, ¿no?

-¡Sí!, estoy bien, dentro de lo que cabe, no te inquietes, ¡tranquilo! Denuncié los hechos a la Guardia Civil y el tíoRaimundo se iba a interesar y a tratar de averiguar el quienes y el porqué. Habrá que esperar, “Fati”, seguiremos en contacto.

A los días, en la oficina, la secretaria pasó una llamada telefónica a mi despacho:

         -El Sr. Gutiérrez desea hablar con usted.

         -¡Póngame con él! ¡Gracias!

         -“Flaco”, soy el “Gordo”

         -¿Qué ocurre? ¿Tenemos noticias…?

         -¡Sí! las tenemos.

-Me acaba de llamar el Sr.Lasa Goñi, abogado del Sr. Echeverría y me ha informado de un montón de noticias: primera, que la Guardia Civil se presentó en las oficinas de la constructora y estuvo haciendo preguntas al Sr. Echeverría; segunda, que igualmente se las han hecho a Andrés Bacaicoa, que acudió acojonado a contárselo a su antiguo jefe; tercera que mandaron rambién presentarse en sus dependencias a Mariano y a Kilino; cuarta, que sabían por Fermín lo del andamio y la soga rota y que a éste asimismo lo habían machacado a preguntas; y quinta y última, que también están al corriente de que la denuncia la has presentado tú.

-¿Y cuáles son “Fati” los pasos que tú crees se darán ahora?

-La Guardia Civil, después de las declaraciones de estas personas hará las averiguaciones, investigaciones y comprobaciones que crea  oportunas y realizará un informe firmado, que se llama en nuestro argot atestado, que remitirá a la autoridad judicial. Cuando la autoridad judicial lo reciba, después de estudiado, puede llamar a declarar a los implicados en él y si ve indicios de culpabilidad en alguno de ellos puede decretar su ingreso en prisión u otras medidas cautelares hasta la celebración del juicio oral.

-Sinceramente, “Fati”, tu opinión de todo lo que ha sucedido, después de encontrar el andamio y la soga cortada, ¿Cuál es…?

-Hay que esperar, Félix…pero…todo apunta a que Amador fue asesinado. ¡En buena nos vamos a meter!

Apenas había pasado diez días de la llamada de “Fati”, cuando recibí una nueva llamada de teléfono, pero esta vez era Coral la que estaba al otro lado del hilo telefónico, y muy alterada me dijo:

-Félix, amor mío, te llamo porque “m’an entregaó” un papel y con lo poco que sé de leer “e’poió” entender que tengo que ir al Juzgado a declarar por el tema del Amador. Se lo “e’dao” al Ángel y me ha dicho que sí, que es eso, que tengo que ir “aí”, que es una citación. Yo no me atrevo a ir sola porque no sé que me van hacer, y el Ángel “ma’dicho” que te diera “recaó”. ¿Puedes venir?

-Lo primero, Coral, tranquilízate, que no pasa nada. Es un simple trámite para que tú hables con el juez de las cosas que te pregunte. Iré lo antes que pueda y te acompañaré.

-¿Y de qué cosas me va a preguntar, payo mío?

-Cosas sin importancia, que si Amador trabajaba en la obra, que si se llevaba bien con los compañeros, que si discutía o reñía…y cosas por el estilo. ¡No sufras! Iré pronto. Un beso para ti, otro para los niños y no te olvides de tener preparado el carnet de identidad, que te hará falta.

Con muy mala gana el jefe de oficina me concedió el permiso para ausentarme, recordándome que con tanta usencia no me centraba en el trabajo, y que anduviera con cuidado pues podía encontrarme “en la cuerda floja” en cuanto a la estabilidad de mi puesto; y que a ese paso no me iba a poder dar las vacaciones reglamentarias, cuando llegaran, porque ya habría gastado los días. No le hice demasiado caso, por un oído me entró y por el otro me salió. Mi Coral, me necesitaba y yo acudía, una vez más, presto a su llamada. 

Llegado a Estella subí al barrio del Puy para recoger a Coral, le hice que se arreglara algo más de lo usual en ella y se pintara un poco y nos encaminamos al Juzgado de Primera Instancia e Instrucción  de la Plaza de San Martín, un edificio antiguo de piedra al que accedimos a través de una hermosa escalinata del mismo material.

 A la entrada de su amplia puerta de madera, enseñamos la citación a un conserje que nos pasó directamente al despacho del señor magistrado que ordenaba el requerimiento. Lo pusimos encima de una mesa llena de legajos, carpetas y papeles de todos los tamaños y colores en donde justamente se divisaba sentada la figura del señor juez, un tipo de traje y corbata cubierto por una toga negra, entrado en años y de buen aspecto.

         -¡Buenos días! ¿Qué desean? –nos preguntó- 

-Traigo una citación a nombre de Coral Jiménez Montoya, aquí presente a mi lado. Éste es su carnet de identidad.

-¿Es usted su abogado?

-¡No!, soy un amigo y vengo acompañándola. El Sr. Abogado no ha podido acudir, pero lo hará si lo requiere su señoría.

-De momento no es necesario -especificó el Sr. Juez-

-Señora Jimenez Montoya, ¿usted es la esposa? del difunto Amador Gabarri Vargas.

-¡Sí “zeñó”

-¿Está casada por la iglesia católica o por el rito gitano?

-Por lo que mandan las leyes gitanas.

-Tiene a su cargo dos hijos ¿no?

-Sí “zeñó”  y es lo que más quiero del mundo.

-A su difunto marido, ¿le daba trabajo un albañil llamado Andrés Bacaicoa, que hacía subcontratas para la empresa “Construcciones Villatuerta” de Ignacio Echeverría?

-¡Ay yo que sé de todo eso! –Contestó con rabia Coral-

-Perdone su señoría, si me lo permite, de algunas cosas le podré contestar yo, que para ese fin he venido –le aclaré al señor magistrado y contesté- ¡Si, así es!

-El trabajo que estaban realizando en la obra, lo hacía su marido con otros dos compañeros llamados Mariano y Kilino ¿no? ¿Sabe si  había discutido en alguna ocasión con ellos…, le comentó algo sobre el particular su marido? ¿Usted los conoce…?

-Del trabajo no me chamullaba “ná”, y yo, a esos que a “nombraó” no les tengo conocidos de “ná”

-Pero…Sra. Jiménez, al gitano Kilino, de su misma raza, ¿tampoco le conocía…? Perdóneme, yo tenía entendido que en la comunidad gitana de Estella se conocían todos…

-Le digo que no lo conozco de “ná”.

-Pues de momento eso es todo, se pueden marchar y ¡muchas gracias! 

continuará...


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