domingo, 29 de mayo de 2011

CORAL




Capítulo 3


Resumen de lo anterior:La amistad de Félix durante su estancia en el pueblo, con los dos hermanos gitanos Mauricio y Coral, se ha ido acrecentando.

Félix tiene una inclinación especial por Coral de la que ha comenzado a enamorarse. En su primera despedida se dicen mutuamente que se gustan.


Pasa el tiempo y Félix trata por todos sus medios de verse con Coral y confesarle claramente lo que siente por ella. Con una bicicleta prestada recorre la ruta de los pueblos que la caravana de gitanos, según le dijo Coral, suele hacer, pero sin obtener ningún resultado. Coral ha desaparecido. Pasa ese año. Al año siguiente en el mes de julio vuelve a Logroño para examinarse, aprueba y acude a las fiestas de agosto de Estella donde por fin encontrará a Coral. Quiere confesarle su amor y todo son pegas para poder estar a solas con ella. En esas fiestas, Félix, conoce a una cuadrilla de chicas de Madrid y a Mari Carmen…

…Le pedí disculpas diciéndole que enseguida volvía, que tenía que saludar a una amiga que no veía hacía mucho tiempo y me fui hacia Coral. Ella me recibió cogiéndome la mano y rápidamente me llevó a un extremo de la plaza que estaba más oscuro y donde había más árboles y parejitas.

- ¿quién es ésa…? -me dijo-

- Una amiga

- ¿Es tu novia?

- ¡Qué va! Es de Madrid y la hemos conocido a ella y a sus amigas estas fiestas, se han unido a nuestra cuadrilla y estamos saliendo todos juntos y divirtiéndonos.

- ¡Ah…!

- Mi novia eres tú.

- Que dices, ¿estás borracho?

- Creo que no, digo lo que siento

Coral no presta mucha atención a lo que acabo de decirle y añade:

- No puedo quedarme mucho, mis “primos” están por ahí.

La orquesta está tocando la melodía “Ansiedad” que esta temporada ha puesto de moda un cantante negro americano llamado Nat King Cole, que la ha grabado en castellano y que la mayoría de las orquestas han incluido en su repertorio para estar al día.


Sin pensármelo dos veces, la mano de Coral que no he soltado desde que llegó, la llevo a mi hombro, la tomo por la cintura y la acerco hacia mí abrazándola. Ella no me rehúye. No somos buenos bailarines y nos movemos con la torpeza de los principiantes, pero como nuestros cuerpos están tan cerca el uno del otro, ni se nota. Nos pisamos varias veces lo que nos sirve para sonreír y mirarnos con complicidad. ¡Por fin! estamos juntos y abrazados.

La emoción que me inunda es muy grande. Ella poco a poco, cada vez, se acerca más a mí. Me empiezo a poner cardíaco y el corazón otra vez parece que me va a estallar. Nuestras caras se rozan mientras mis brazos cada vez la aprietan más fuerte. Está muy guapa. Se ha pintado ligeramente los ojos, esos ojos que me miran entre recelosos y chispeantes y también sus labios con ese color rosa que me incita a besarlos. Noto el palpitar de su pecho que se acurruca sobre el mío. Me puede dar algo en cualquier instante. En un arranque busco su boca y la beso suavemente. Ella re resiste, pero ya es tarde. La he besado. Es mi primer beso de amor.

Ha sido algo dulce y maravilloso aunque su duración haya sido de un segundo porque al notarlo, como empujada por un resorte, Coral se ha librado de mí y se ha ido apresuradamente ¡Me ha dejado!

Abatido busco a mi cuadrilla y vuelvo con ellos para seguir la fiesta. Retomo a Mari Carmen que nota que me ha ocurrido algo pero que seguramente por discreción no pregunta nada. Hacemos “la bajadica del Ché” agarrados unos a otros y bailando al son de las peñas y charangas.
Nos despedimos hasta el día siguiente. Ha sido, pienso, un día de emociones fuertes pero no me arrepiento de nada de lo ocurrido.

De regreso a la casa de los padres de José Miguel, vamos comentando alguna cosilla. Me dice que se ha pegado un buen lote con Inés y que se lo ha pasado fenómeno. También me pregunta por la gitana y que no entiende la chaladura que tengo por ella, cuando hemos estado todo el día con unas “tordas” impresionantes que le dan ochenta vueltas y que la Mari Carmen parece que está por mí y que la he trabajado poco.

¡Eso le parece a él! –Es lo que pienso-

Agotados y en silencio nos acostamos en nuestra cama compartida.

Al día siguiente después del encierro y en la suelta de vaquillas en la plaza de toros vuelvo a encontrarme con Coral que está con su grupo de gitanos.
Como habíamos convenido, ella se despista disimuladamente y después de algún tiempo me localiza y yo me deshago de mi cuadrilla, pero advierto que Mari Carmen no me quita el ojo de encima cuando se da cuenta de que voy al encuentro de Coral.

- ¡Hola, Coral!

- ¡Hola, Félix!

- ¿Por qué ayer te fuiste así…?

- Te vi muy suelto y me puse nerviosa


- Acaso, ¿es que no te gustó?

- Qué, ¿lo del beso…? Sí que me gustó.

- Sabes… Coral, he pensado que podíamos quedar esta noche de doce y media a una, en la puerta de entrada de las traseras de la estación, e irnos al baile cerrado del jardín del “Moli” “que está al lado. Estaríamos menos vistos y más tranquilos y dejaríamos de hacer tantos malabares para poder estar juntos. Le he echado un vistazo y me parece un sitio más apropiado para poder tener un poco de intimidad y al que van casi todo parejas.

Mi idea no le pareció mal, pero Coral tenía sus pegas y me las expuso:

-Bueno…no me parece mal, pero no sé si podré. Algo me inventaré. Si es más de la una y no he llegado te marchas. Es que… aparte, está el “primo” de aquí de Estella, que se llama Amador, y quiere que esté “tol rato” con él y no sé si lo podré espantar, porque no hay manera de quitármelo de encima.

Cuando estábamos en esta conversación, acertó a pasar por allí un fotógrafo ambulante, de esos que hacen fotos a los viandantes e instantáneas de los acontecimientos de la fiesta. Tomé a Coral de la mano y le dije:

- ¡Vamos a hacernos juntos una foto!

Ella se puso a mi lado y le pase mi brazo por su espalda. Sonreímos y el fotógrafo disparó su cámara. Le encargué dos fotos, se las pagué y anotó mi nombre diciéndome que estarían para el día siguiente, que como andaba todo el día por la calle ya me vería y me las daría, y que si no, pasara a recogerlas por su estudio que lo tenía en la Calle Mayor.

Tal y como habíamos quedado, estuve esperando en las traseras de la estación durante un buen rato a que llegara Coral. Cuando comenzaba a desesperarme apareció. Inmediatamente le di mi mano y así entrelazados sacamos nuestra entrada y nos fuimos al fondo del jardín, buscando huir de las miradas indiscretas.


Comenzamos a bailar abrazaditos y muy juntos las piezas lentas. Por mi cabeza pasaba continuamente el mismo pensamiento: ¡Díselo ya! ¡Díselo ya! ¡Díselo ya! Coral, me echó una mano:

- El primer día que nos vimos de las fiestas de Estella, me dijiste que tenías que decirme algo muy importante. ¿Qué es...? Ahora me lo puedes decir.

Noté como Coral se reclinaba más en mí y acercaba su cara a la mía. Al oído por bajito le dije:

- Lo importante que tengo que decirte es que me he enamorado de ti y que te quiero.

Ella me respondió:

- Yo también te quiero, Félix. Ya sabías, que tú me “camelas”, porque te lo había dicho.

Casi sin terminar de decírmelo busque sus labios y la besé apasionadamente. Ella me respondió de la misma manera. Fue un beso largo que nos pareció interminable y al que siguieron otros más cortos por su cuello, su cara, su nariz, sus ojos, aquellos ojos que desde el primer día que nos conocimos me habían mirado de un modo distinto y que siempre buscaban los míos.¡Sí! Al fin se lo había dicho.


Una explosión de júbilo recorrió mi cuerpo. Se me había quitado el nerviosismo. Estaba tranquilo y relajado. Era como un estado de calma total y notaba como Coral estaba igual. ¡Me había aceptado! ¡Me quería! Estábamos felices.


En el poco rato que permanecimos en el “Moli” pasamos una velada genial llena de besos y caricias. Nuestro amor tanto tiempo aprisionado se había, al fin, desatado.


Coral se tenía que ir antes de que la echaran en falta y me empeñé en acompañarla hasta la plaza San Juan donde había quedado con sus gentes. Ella no quería pero, testarudo, me salí con la mía. Enseguida localizamos a su grupo y al vernos llegar, de él salió un gitano que decidido se vino hacia mí gritándome:

-A ti payo de los cojones, ¡te voy a rajar! “Te se” va a quedar la “jeta desfigurá”. No te va a conocer ni tu puta madre. “Me cagüen “tos” tus muertos. No se te ocurra volver a arrimarte a la Coral, hijo puta. La Coral es mía, ¡que te mato!

El gitano metió la mano en uno de sus bolsillos e hizo el ademán de sacar algo que intuí podía ser una navaja. Yo estaba acojonado y no sabía ni que responder ni que hacer. Entonces, intervino Coral:

- Amador, que estás tú “majara” (loco). Deja al payo en paz, que luego yo te explicaré. Si no me ha hecho “ná”. ¡Márchate…!

Ante el cariz que están tomando los hechos, Coral se lo lleva, y yo como perro apaleado y con el rabo entre piernas me pierdo en busca de mis amigos, por si las moscas. Al poco de encontrarlos, me ven tan blanco que me preguntan si me ha pasado algo.


Les digo que he tenido una bronca con un gitano. Ellos se descojonan y me dicen que eso me pasa por “frecuentar malas compañías”, que yo me lo he buscado y que ande con cuidado.En esas estamos cuando aparece Coral con otra gitana y me dice:

- “Tás asustao “… ¿no?

- ¡Bastante!

- Mis amigas le fueron con el cuento al Amador de que andaba con un payo y se ha “mosqueao cantiá”. Justo nos ha visto y la “armao”. Ahora ya entenderás porque siempre estoy con tanto “cuidao”. Por nuestras costumbres gitanas la familia mía y la del Amador nos prometieron de churumbeles. Yo sería “pa”él y él “pa” mí. Nosotros no decidimos nada, fueron como te digo nuestras familias.

- Entonces, ¿es tu novio?

- De eso ¡“ná”!

- Pero tú, ¿le quieres…?

- Que lo voy a querer, yo te quiero a ti Félix y “pa” siempre. Te lo juro, ¡por esta! -cruza los dedos y hace la señal de la cruz-.

Sus palabras me dejaron más tranquilo y nos fuimos cada uno por nuestro lado, sin acordar cual sería nuestra próxima cita.

Los días de las fiestas se fueron pasando pero ya no volví a ver a Coral.
Me imaginaba que con el altercado que yo había tenido con Amador, y si este “calorro” no se separaba de ella ni un momento; Coral, para no comprometerme y que pudiera pasar una desgracia, habría evitado de todas las maneras posibles el encontrarse conmigo, pues sabía de sobra los sitios por donde me movía con mi cuadrilla.

Afligido y sin dejar de darle vueltas a mi cabeza, siempre con la incertidumbre de un posible encuentro, el resto de las fiestas acudí a buscar consuelo en Mari Carmen que resultó ser encantadora y que a ratos me hacía olvidar a mi Coral, no sé si para bien o para mal.

Mari Carmen era algo bajita, cara redonda, labios gruesos, nariz pronunciada, ojos de color almendra y “dos poderosas razones”. Vestía muy bien y corta, sus escotes eran de vértigo y le gustaba asomar ligeramente por ellos su ropa interior, cosa que a mí me fascinaba. Era culta, con estudios, de muy buena conversación sobre cualquier tema e hija de un militar destinado en Madrid, aunque descendía de Torres del Río, donde su padre tenía hermanos y a donde venían a pasar los veranos.

Mi relación con ella después de las fiestas de Estella continuó y a lo largo del verano nos vimos en varias ocasiones. Sentía por ella algo más que una gran amistad, pero era diferente a la motivación que yo tenía por Coral. Me gustaba, me agradaba, pero… faltaba algo más.

Terminado el verano nos carteamos, nos enviamos fotos y nos contábamos nuestras cosas, sus estudios, los míos, sus salidas, sus diversiones, sus amigas, etc. Nuestras cartas siempre comenzaron con “Querido Félix” y “Querida Mari Carmen” y terminaban con “un beso muy fuerte de quien sabes que te quiere” ó “te mando un montón de besos” y frases por el estilo.

Con la resaca de las fiestas de Estella volví al pueblo y a cada momento pensaba en Coral. Cuando por la radio escuchaba la canción “Ansiedad”, se me hacía un nudo en la garganta, sentía un gran dolor en el pecho y me ponía a llorar como un crío. ¡Así me desahogaba! No sé que me pasaba pero sentía su ausencia, la falta de sus besos, el roce de su cuerpo, nuestras manos entrelazadas, su presencia, su risa, sus ojos, su todo. Me había dado fuerte y después de haber sido tan feliz con ella, ahora me estaba haciendo sufrir y mucho.

¿Cómo -me preguntaba- me había enamorado de alguien que no tenía ni residencia ni domicilio fijo, de una cultura distinta a la mía y de unas tradiciones y costumbres tan alejadas de las nuestras? Y si eso seguía para adelante, ¿qué pasaría con nuestras familias? ¿Qué dirían mis padres? y los suyos... ¿la dejarían?... ¿Cómo podríamos vernos? ¿Dónde viviríamos? Y un montón de preguntas más de todo tipo que yo me hacía y me martirizaba pues no encontraba a ninguna contestación que me convenciera.

De esta forma se fueron pasando algunos días.

(...continuará)

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