viernes, 24 de febrero de 2012

CORAL - Capítulo 9º

Autor: Félix Gracia

Resumen de lo anterior:

Después del fugaz e inesperado encuentro que Félix ha tenido con Coral en la estación de autobuses de Estella, al despedirse, Félix, le entrega un papelito donde ha anotado el número de teléfono de la empresa en cuya oficina trabaja. Pasado algún tiempo, Coral le llama informándole de que su marido Amador ha sufrido un accidente en la obra y ha resultado muerto.

Desconsolada, le pide ayuda y que por favor, y por su amor, vaya a verla. Ante el drama por lo acontecido, Félix, pide permiso a su Jefe y rápidamente se presenta en Estella y en la chabola de Coral. Allí están todos los familiares de Coral, que avisados, le reciben bien: Mauricio (el tontico), el tío Raimundo (el patriarca y abuelo de Coral), Ángel (el vendedor de textiles que hace mercados), y los demás. Félix, pregunta que tipo de ayuda es la que le piden y Ángel le cuenta que sabe de otro albañil que se mató en una obra y que los abogados le habían sacado mucho dinero al constructor, y que como a él lo consideran más entendido en papeleos, que por eso le han llamado, para que pueda echar una mano en el asunto.

Enterrado Amador, Ángel acompaña a Félix en las primeras indagaciones, como es, personarse en la obra donde falleció Amador. Se encuentran con que la obra está cerrada y parada después del accidente.Nadie sabe quien es el constructor. Al fin consiguen la dirección de sus oficinas pero el constructor no se encuentra en ellas...

Aquello me emocionó tanto que estuve a punto de serenarla, dándole un montón de besos y dejar que mi pasión se desatara. Comprendí que no era lo adecuado y que los presentes nos miraban y retirándola suavemente de mi cuerpo le indiqué:

-Me llamaste pidiendo ayuda ¿No? Pues no te preocupes que Ángel y yo en ello estamos ,y además tienes toda la asistencia, también, de tu comunidad, de tus gentes, que para estos casos, tu misma en alguna ocasión me habías comentado, eran muy solidarios y prestaban todo el apoyo económico y moral que la situación requería.

-¿Qué, habéis podido hacer algo? –Preguntó Coral, más tranquila-

-Muy poco, ahora hemos quedado para hablar con el dueño de la empresa constructora –contesté-

Sobre las doce y media nos presentamos en la oficina de “Construcciones Villatuerta”. El Sr. Echeverría no había llegado y la rubia de gafas nos pasó a una sala de espera de cuyas paredes colgaban fotografías de edificios terminados. Cerca de la una del mediodía apareció el mencionado señor que nos recibió en su despacho después de haber sido informado por su secretaria (o lo que fuera la rubia) del motivo de nuestra visita. Muy amable nos comenzó a hablar:

-Pili, (¡Vaya por Dios!, se llamaba Pili) ya me ha informado de que han estado esta mañana y que querían dialogar conmigo. Así que ustedes me dirán.

-Voy a tratar de ser breve –le dije- Es en relación con la muerte de un obrero suyo en unos pisos en construcción. Se llamaba Amador Gabarri, éste es su cuñado Ángel y mi nombre es Félix y soy amigo de la familia. Queríamos saber más detalles sobre el accidente, como se produjo, si hay algún responsable, si lo tenía asegurado o usted tiene algún seguro de la obra. Y por encima de todo, si usted ha iniciado alguna gestión para tratar de dar una indemnización a la viuda y a los dos hijos que ha dejado el fallecido.

-Uy uy uy –respondió el Sr. Echeverría- mal empezamos. ¡Vamos a ver! Y aclaramos algo. Sé que hubo un gitano muerto en una de mis obras. Sí, la del barrio nuevo,-continuó- a las afueras de Estella y cerca de la carretera. A ese gitano yo no lo conocía de nada.

-¿Cómo que no lo conocía de nada? Murió en su obra y trabajaba para usted ¿Qué es lo que dice…?

-No se pongan nerviosos y por favor déjenme seguir hablando-contestó el Sr. Echeverría- Además de no conocerlo no lo tenía en plantilla.

-¡Hala! “pa” que te jodas –comentó Ángel-

-Por favor, déjenme que continúe. El ladrillo cara vista que en el exterior les están poniendo a los pisos, lo di en subcontrata a otra empresa, como doy otros muchos trabajos al no disponer de suficiente plantilla. Pídanles explicaciones a ellos que yo del tema ¡nada!

-Usted del tema nada, pero al menos podrá decirnos el nombre de la otra empresa ¿No?

El Sr. Echeverría se levantó de su asiento se asomó a la puerta de su despacho y gritó:

-Pili, ¿A quién dimos la colocación del ladrillo caravista de la obra esa en que se mató un gitano?

-Ahora se lo miro, Sr. Echeverría – contestó la rubia desde su oficina-

Al poco tiempo, respondió:

-Se lo dimos al albañil, Andrés Bacaicoa.

-¿Tenemos su dirección? Y véngase a mi despacho ¡Coño! Que parecemos gritando dos verduleras del mercado de la Plaza.

La rubia hizo caso a su jefe y accedió al despacho trayendo en su mano un papel escrito con el nombre y la dirección solicitada: Andrés Bacaicoa. Calle Zapatería número 7. El Sr. Echeverría nos lo entregó y para terminar dijo:

-Ahora me perdonarán, pero tengo que recoger de aquí del despacho unas carpetas y unos presupuestos, ir a comer y a las dos y media acudir a otra obra. Estoy muy ocupado.

Cuando estaba a punto de cerrarnos la puerta le hice otra consulta:

¡Se me olvidaba! Quisiera preguntarle, ¿por qué en la obra, la valla está cerrada con candado y no hay nadie trabajando?

-Mire usted Félix, a raíz del suceso, la obra se convirtió en un hervidero de periodistas de prensa y radio. Todos querían saber. No dejaban trabajar a los empleados y tomé la decisión de cerrarla un tiempo hasta que se pasara este revuelo.

El mismo Sr. Echeverría, nos acompañó hasta la puerta de salida para despedirnos y al pasar por la oficina de la rubia de gafas le dijimos un sonoro ¡Adiós! Que fue correspondido con una sonrisa más fingida que el beso de Judas. Como ya era la hora de la comida, Ángel se fue para su chabola y yo me fui para un bar que tenía fama de preparar los mejores “menudicos” de cordero de toda Navarra, como así luego pude confirmar. ¡Exquisitos!

Antes de marcharnos, cada uno por nuestro lado, comenté con Ángel que la mejor hora para pillar en su domicilio al tal Andrés Bacaicoa, me parecía podía ser a última hora de la tarde, que suponíamos habría terminado su horario de trabajo. Quedamos a las ocho. Cuando llegué, Ángel me estaba esperando fumando un cigarro a la puerta del edificio. En sus bajos había una lonja con material de construcción. La casa era muy vieja, estaba destartalada y las escaleras, que tenían desgastado los apoyapiés de madera, nos condujeron a una única planta de varias puertas. Llamamos en una cualquiera al azar sin ningún resultado y de la segunda que pegamos salió una señora madura con los rulos puestos en su pelo y envuelta en una bata de invierno de color rosa que nos increpó:

-¿Qué desean?

-¿Está Andrés Bacaicoa?

-No ha subido todavía, estará en el bar de abajo. Yo, soy su mujer.

-¡Gracias! No la molestamos más.

Entramos en el bar. La gente estaba de pie, en la barra del mostrador, tomando chiquitos de vino y preguntamos por Andrés Bacaicoa. El señor que estaba al frente de la barra y sirviendo respondió:

-Hace algunos días que no viene por aquí.

La contestación nos hizo sospechar al no coincidir la versión del tabernero con lo que nos había dicho su mujer. Abandonamos el bar y subimos otra vez las jodidas escaleras al piso de la señora de la bata rosa, cuando abrió la puerta le soltamos:

-El tabernero nos ha dicho que hace ya varios días que a Andrés no se le ha visto el pelo.

-No pensará usted, que a estas alturas de mi vida, me ando preocupando si está aquí o en otro lado. ¡Me importa una mierda! Si está con una puta o haciendo una chapuza… Aquí con que deje todos los meses dinero es suficiente, aunque…la verdad, le voy a decir, últimamente lo veo muy preocupado por un accidente que tuvo un obrero en una obra que no es suya.

Imaginé que no tenía más remedio que urdirle una treta y le dije:

-Pues necesitábamos estar con él cuanto antes por motivos de trabajo.

-¿para qué lo necesitan?

-Quería reformar una alcoba y echarle un suelo de mosaico.

-¡Bueno! Si viene a cenar ya le diré que han estado. ¿En qué dirección es? –Indagó la mujer-

-Dígale que nos urge hacer el trabajo y que estaremos esperándolo en el bar de abajo para concretar.

Habíamos salido de la casa, cuando andando por la calle, Ángel me dijo:

-Ése caló que viene por la acera es conocido mío. Sé que alguna temporada, si le sale trabajo en alguna obra, deja de recoger chatarra y se pone a trabajar de peón. Espera que le vaya a preguntar alguna cosa que nos pueda servir.

-¡“Grabiel”! -le llamó-

El gitano se paró a nuestra altura y empezaron a hablar:

-¿Qué hay Ángel? Tanto tiempo sin verte. Ya te soltaron o te has “escapaó” del talego.

-Asómbrate “Grabiel” me rebajaron la pena por buena conducta y por currelar en la lavandería.

-¡No me lo puedo creer!

-Pues sí, así ha sido, ¡créeme! Ya no estoy en el estaribel (cárcel)

-Y a ti ¿Qué tal te va, sigues recogiendo chatarra o trabajas en las obras?

-Ahora mismo recojo chatarra pero a temporadas he currelaó por las obras.

-Oye, “Grabiel”…te quería preguntar por “casualidá” ¿has currelaó alguna vez “pa” un jambó (payo) “arbañil” que se llama Andrés?

-Sí hace tiempo, pero sí

-Y “te recuerdas” que aspecto tiene, ¿Cómo es su jeró (Cara)?

-A ver, tiene como unos cincuenta años…pelo casi blanco, ¡Hum! …cara de mala hostia, fuerte y de mediana estatura. Creo que vivía por estas calles, pero yo hace bastante tiempo que no “estaó” con él. Que yo “me conozca” quién mas ha curraó con él ha sido el Kilino (de Aquilino) un gitano que vive en las casas del barrio de Katanga.

-Pues, gracias primo por la información. ¡Quieres tomarte una cervecita con nosotros?

-Otro día será, porque hoy llevo bastante prisa. ¡Adiós primo!

Dieron las nueve y también las diez, sentados en el bar, esperando a que apareciera el dichoso albañil. A esa hora el que atendía la barra nos dijo que termináramos las cervezas que iba a cerrar. Por la calle Zapatería no circulaba un alma y salimos al exterior con la idea de volver a subir donde la mujer de Andrés, la de la bata rosa. Apenas habíamos dado unos pasos cuando se cruzó con nosotros la única persona que entonces apareció por la calle y que su descripción física correspondía al cien por cien con el retrato que de ella nos había hecho Gabriel. Sin tener ninguna duda, la asaltamos:

-Perdone, por casualidad ¿es usted Andrés Bacaicoa?

-El mismo que viste y calza –respondió con aire flamenco- No serán ustedes, los que han estado con mi señora para hablarme de un trabajo y que me esperaban en el bar. Ya me perdonarán por llegar tarde. Cuando he llegado a casa y me han dado el recado no sabía si bajar pues ya se había pasado la hora, pero por si acaso me he dicho ¡vamos para abajo!

-¡Sí, esos somos! Pero el bar ya lo han cerrado. ¿Dónde podemos hablar? Nos urge que sea hoy mismo.

Como desde que lo habíamos encontrado no dejaba de observar a Ángel, terminó por preguntar, antes de responder: -Y este gitano ¿quién hostias es? ¿Qué pinta aquí?

-Es un conocido mío que lo traía para ver si le puede dar trabajo

Tengo ahora muchos gitanos y poco trabajo, difícil será pero todo se andará. Si les parece, y tienen tanta prisa, podemos hablar en mi casa porque en este barrio todos los bares cierran a las diez y no encontraremos nada abierto.

Aceptamos su proposición y subimos otra vez las malditas escaleras. Una vez en el piso directamente nos pasó al comedor. Su señora pasó por allá y de malas maneras, le dijo:

- Andrés, en la cocina te he dejado la cena, la comes cuando quieras.

-No nos molestes ahora que estoy con los señores y tienen prisa. Me ha dicho mi mujer que quieren echar suelo a un cuarto y arreglarlo ¿No?...

Esperamos unos instantes para darle una contestación que tenía que ser verdad porque excusábamos de seguir contándole una de indios. Nos había costado pero ya estaba localizado que era nuestra finalidad para poder dialogar con él. ¡Estaba claro!, había que pasar directamente y sin rodeos al asunto. Así lo hicimos:

-Verá usted Sr. Bacaicoa, le hemos mentido miserablemente diciéndole que queríamos echar un suelo y arreglar una habitación. El verdadero motivo de hablar con usted es en relación con el asunto del gitano que se mató en la obra de “Construcciones Villatuerta”. Allí, nos dijeron que se mató estando colocando ladrillo caravista en la fachada de los pisos y que ese trabajo correspondía a una subcontrata que esa empresa había hecho con usted y que el gitano no era de la plantilla de “Construcciones Villatuerta” sino que dependía de usted. Lo que deseamos es hablar del tema y nos aclare las dudas que podamos tener y, siendo franco, también le diré que el gitano que me acompaña, y por el que usted antes preguntó, es cuñado del gitano fallecido en la obra.

-El tema es muy delicado y no sé si podré sacarles de dudas pero ¡bueno…! Para empezar del gitano que se mató no sé ni su nombre…

-Se llamaba Amador Gabarri Vargas –le interrumpió Ángel-

- Le explicaré…Yo consigo varias subcontratas de trabajos con empresas constructoras y para hacerlos me arreglo como puedo. Mi lema es barato y rápido. Salvo a dos personas, no tengo una cuadrilla fija de trabajadores, ni tampoco horarios. La gente se contrata conforme a la exigencia que me pida la faena a realizar; principalmente a personas que en ese momento estén sin trabajo y no tengan otra ocupación y entre ellas a gitanos, vagabundos, temporeros, ¡lo que sea, me da igual! Todas ellas, por supuesto, sin papeles, ni altas ni nóminas. A finales de semana les pago lo acordado, según las horas que me hayan hecho. Si faltan al trabajo algún día, que suele ser lo normal, se lo descuento y punto. Y si alguno se pone tonto o me flojea en el tajo, le pego cuatro hostias y lo mando a tomar por culo. En el caravista que estábamos poniendo a los pisos de “Construcciones Villatuerta” tenían tres personas, un pariente de mi mujer que se llama Mariano y a dos gitanos, uno de ellos el que se mató.

-Pero usted Andrés, como empresa de albañilería, tendrá un seguro de accidentes que es obligatorio, ¿no? –le pregunté-

-¡Vaya canso que es usted! Le repito que de papeles nada de nada. Ni tengo empresa, ni la tengo dada de alta, ni tengo seguro de ningún tipo. Lo mío es todo oculto y lo veo a donde quiere ir a parar. A mí no me meta en líos que no quiero saber nada y que bastante les he dicho, ¡eah¡

-Escuche usted, Andrés, el gitano que se mató, Amador, ha dejado viuda y dos hijos que han quedado desamparados y habrá que echarles una ayuda ¿No? –le dije-

-Yo, siento lo de ese muchacho y la mala suerte que ha tenido y también lo de su familia, que somos humanos. Le debo los días de la semana que estuvo trabajando hasta que tuvo el accidente, le preparé el dinero y le añadiré algunas pesetas más. A finales de mes pueden mandar a por ello. Y no hay más que hablar. –contestó-

-Quisiéramos hablar con este Mariano, pariente de su mujer, para ver que nos cuenta. Díganos donde le podemos buscar.

La de la bata rosa debió oír la pregunta y salió al comedor para contestarla:

-Vive debajo de la iglesia de San Pedro y alterna en un bar de la fuente de San Martín. Su nombre es Mariano Andueza.

-Ya salió por medio la alcahueta, ¡cagüen Dios! Pero a ti quien cojones te ha nombrado –gritó con mal genio, Andrés-

-Nadie me ha llamado Andrés, pero lo de ese gitano tú ya lo habías comentado en casa y estabas muy preocupado por todo, ¡no digas que no! Que llevas unos días que nos hay Cristo que te aguante… ¡Pobre familia!, una viuda con dos hijos para darles de comer ahora…

-¡Bueno! Pues gracias por todo, ya tendrá noticias nuestras y perdone que nos hayamos alargado; la cena se le habrá quedado fría.

Por la hora que era, dimos por terminadas las gestiones del día y quedamos citados para la mañana siguiente con el propósito de ir en busca de Mariano Andueza. Ángel me dejó en la puerta de la pensión diciéndome:

-La Yurena “me ha dicho que te diga” que va a preparar un potaje en nuestro chabolo y que quiere que vayas con la Coral y estemos un rato “ajuntaos”.

-Díle que si podemos y tal como vayan las cosas, acudiremos.

-¡Vale! primo y ¡gracias! por todo el interés que te estás tomando.

-¡Hasta mañana!, Ángel.

La mañana estaba lluviosa y a primera hora me encontré con Ángel, tal como habíamos quedado, en el bar de la fuente San Martín. No habían dado las ocho y estábamos resguardados tomándonos un café cuando entró un cliente, el barman lo saludó y le preguntó:

-¿Qué te pongo Mariano, lo de siempre? Hoy no trabajas tampoco ¿o qué…?

-Eso es lo que yo quisiera trabajar, pero la obra de momento sigue cerrada hasta nuevo aviso.

El barman le sirvió una copa de sol y sombra y un puro pequeño. Ángel y yo nos miramos asintiendo con la cabeza. Teníamos suerte, éste tenía que ser el fulano. Directamente lo abordamos:

-Buenos días, usted es Mariano Andueza, ¿verdad?

-Sí, ése soy yo. ¿Qué pasa? –Contestó con chulería-

-Pasar no pasa nada, pero puede pasar –le dijo amenazante Ángel tratando de que suavizara un poco su tono-

-Nos manda Andrés Bacaicoa que nos informó que usted trabajaba en la obra donde se mató un gitano y queríamos saber alguna cosa más.

-Poco les puedo contar, pero vamos…-respondió con el tono ya menos exaltado-

-Cuéntenos lo que sepa del accidente del gitano y los detalles…

-La obra de los pisos que se estaban haciendo, ya le habrá dicho Andrés, es de “Construcciones Villatuerta”. Andrés hace trabajos por su cuenta de albañilería para el todo el que lo contrata y nos mandó a mí y a dos gitanos, que yo busqué, a poner el ladrillo caravista de la fachada de los pisos y en esa labor estábamos, en el tercer piso. Los gitanos eran, Amador que se mató y el otro que se llama Kilino. El trabajo nos lo repartíamos de la siguiente manera: Amador en el andamio, colocando el ladrillo, Kilino preparando la masa con la hormigonera, y yo con la polea subiendo los materiales: las calderetas de cemento y los ladrillos. Llevábamos ya una temporada haciendo esa labor y todo iba bien, pero ese día Amador se presentó borracho a trabajar. Yo le dije que se fuera para casa a “dormir la mona” que no estaba en condiciones de trabajar y él no me hizo caso, se cayó del andamio nada más subirse y se mató.

Después de sufrir la caída estaba vivo pero muy mal, tenía todo el cuerpo destrozado y la cabeza reventada. Yo, me fui para el bar de carretera para que por teléfono avisaran a la ambulancia de la Cruz Roja para trasladarlo al hospital y el Kilino se quedó a su lado cuidándolo. La ambulancia tardó en venir un buen rato y también di aviso a peones de la misma obra, de la plantilla de la constructora, que se encontraban haciendo otros trabajos, pero nadie pudo hacer nada. En el trayecto de la ambulancia al hospital, según me dijeron, Amador falleció. Ya no trabajamos en toda la mañana, por el disgusto, el Kilino y yo, los obreros de “Construcciones Villatuerta” sí que siguieron en el tajo.

 A la tarde volvimos y comenzaron a venir periodistas de prensa y radio preguntando por lo que había pasado a todo el mundo y como no nos dejaban en paz a ninguno, ni a unos ni a otros, el capataz de “Construcciones Villatuerta”, Fermín, avisó al gerente que mandó parar la obra y a todo el mundo a casa porque el enjambre aquel de avispas, que allí se había reunido, no nos dejaba dar ni golpe.

-¿No sabe nada más? –le pregunté-

-Eso es todo, no sé más –respondió Mariano, pausado, dando la impresión de que se había quitado un peso de encima-

-¿Me puede decir Mariano, el otro gitano, Kilino, ¿dónde vive?

-No me gusta relacionarme con esta gente. Según los trabajos voy por los sitios: la plaza, los bares… sé donde suelen estar vagueando y pregunto, a los que veo desocupados, si alguno quiere trabajar de peón de albañil por un tiempo sin papeles, y lo que Andrés les va a pagar a destajo por la hora. Amador y Kilino ya habían estado con nosotros haciendo chapuzas, los conocía pero desconozco donde pueden vivir.

Pagué la copa y el puro de Mariano y también los dos cafés nuestros y nos fuimos en dirección a la sucursal de la Telefónica. Una idea me rondaba en la cabeza. Tal como estaba el asunto aquí todo el mundo quería quitarse “el muerto de encima” y el accidente de Amador, Mariano, se lo imputaba a él por estar borracho. No tenía papeles ni había un seguro de accidentes.

Trabajaba para alguien encubierto que no estaba ni dado de alta y buscarle una indemnización para su viuda y sus dos hijos iba a resultar harto dificultoso, por no decir imposible. Llegados a la sucursal de la Telefónica, pedí a la señorita que buscara en el listín de teléfonos de Logroño, el número de un abogado llamado Gutiérrez Morán.

...continuará

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