Capítulo 5
Resumen de lo anterior:
Una vez pasadas las fiestas de Estella y regresado al pueblo, inesperadamente, Félix recibe la visita de Coral que nuevamente está de gira con su tribu por esa zona. El encuentro sirve para confirmar su amor que a lo largo de ese verano se verá firmemente cimentado y que derivará en sus primeras experiencias sexuales. Remedios, madre de Coral, los sorprende cierto día. Desaprueba sus relaciones y decide poner tierra de por medio entre Coral y Félix, obligada también por las circunstancias de que se ha dado aviso a la Guardia Civil de algunos hurtos que Remedios ha cometido a varios vecinos del pueblo, uno de ellos a la madre de Félix.
(…continuación)
A finales de Septiembre, pasadas ya las fiestas del pueblo y también las de San Mateo de Logroño, pensé que había llegado el momento de plantearme seriamente que podía hacer: si seguir estudiando o por el contrario dejar los estudios y ponerme a trabajar.
Tenía que tomar una decisión y la voluntad de mis padres no ayudaba mucho.
Me hubiera gustado hacer la carrera de Piloto de Aviación pero tenía varios inconvenientes: uno, mis padres no disponían del dinero necesario para hacerla; otro, la carrera incluía su dificultad académica precisamente en las asignaturas que más flojeaba y la principal que me mareaba en cuanto me subía a la noria. ¡Lo tenía claro! Así que desistí. Me gustaba, así mismo, el mundo de la farándula, pues sin duda, me venía de estirpe, ya que mi bisabuelo había abandonado a mi bisabuela para irse con los titiriteros. Trasladarme a Madrid, probar, y tener que vivir de mis medios en esa gran capital se me hacía duro.
No quedaba otra solución que ponerse a trabajar y decidí que lo mejor era volver a Logroño, ciudad de mis estudios, que conocía perfectamente y donde tenía los parientes, amigos y donde, intuía, me sería más fácil encontrar un buen trabajo.
El viaje lo hice con mi madre. A la llegada a Logroño, nos encaminamos al número y piso de la Carretera de Villamediana donde había transcurrido mi vida de estudiante. Subimos las 96 escaleras que lo separaban del portal de la casa y atravesamos su puerta con la llave de que disponíamos, no sin antes haber llamado por si hubiera alguien. Como nadie contestó, entramos y la primera impresión fue que estaba bastante sucio. Había polvo acumulado y el terrazo del pasillo era como las teclas de un piano desafinado que al pisarlo emitía notas discordantes.
Sin duda necesitaba unas buenas pasadas de agua con el cubo y la fregona. Al pasar por el sencillo dormitorio de mi tía, me paré a observarlo. Estaba igual que el día que ella obligadamente la dejó.
Una cama, el armario y un sinfonier con espejo. No hay ventanas, ni cuadros en las paredes, pero si un balcón que a través de los visillos deja ver unas filas de tiestos secos con diferentes plantas entre las que abundan los troncos de lo que fueron geranios.
Con qué esmero ella los cuidaba y que hermoso y verde era su pequeño jardín, ahora marchitado.
La grieta vertical del techo al suelo, que tenía el aposento, y por donde se colaba el aire, se ha abierto bastante más. El resto de habitaciones siguen igual. He pasado diez años en esta vivienda y los recuerdos que me trae son muchos y fuertes.
En cuanto que nos acomodamos, mi madre se puso a buscarme una patrona por los alredoderes del barrio y preguntando en las tiendas si sabían de alguien que se dedicara a este menester. Una vez encontrada la persona adecuada, mi madre retornó al pueblo.
Mientras tanto, las temporadas intermitentes que estaba mi tío José en Logroño, él se encargaba de preparar la comida. Cuando no estaba, frecuentaba una casa de comidas cerca de la calle Mayor, que se llamaba “La Bombilla”, donde el menú tenía un precio económico, calidad buena de cocina casera y donde siempre me trataron familiarmente.
Con los estudios que tenía, me parecía una buena opción el poder entrar a trabajar en una oficina y como de mecanografía y contabilidad andaba un poco justo, comencé a prepararlas mientras esperaba que me saliera alguna cosa.
A través de una amistad de Goya, conseguí que me hicieran una prueba en la oficina de D. Felipe Laínez, propietario de Talleres Laínez que tenían dos divisiones: una dedicada al metal donde se construían limadoras mecánicas y otra dedicada a la madera donde se hacían perchas para colgar la ropa. Tenían una vacante en la oficina pues un administrativo de nombre Aniano Alcalde, que junto a su hermano formaba el dúo músico-vocal “Los Hermanos Alcalde”, tras los éxitos en numerosas actuaciones, como en la del programa de Radio Rioja “Carrusel de Fantasías”, les había dado la chaladura de irse a Madrid a iniciar la aventura y el salto, si podía ser, a la fama. Y lo consiguieron. Primeramente se cambiaron el nombre y se llamaron “Los Dos Españoles” (no confundir con Los 2 Españoles, los del “Monumento al Camionero”, que son posteriores), grabaron con Philips en la etiqueta Fontana y tuvieron un pelotazo a nivel de discos con la canción “Morena Verde” a la que acompañaba entre otras canciones una titulada “Sierra de Luna” (sí, esa que dice: “El Ebro guarda silencio, al pasar por el Pilar, la Virgen está dormida…) Hicieron una larga carrera actuando en cabarets, boîtes y salas de fiestas.
Superada la prueba que consistió en mecanografiar un escrito y realizar una factura, me admitieron a prueba durante unos meses. Firmé mi primer contrato de trabajo como Aspirante de Auxiliar Administrativo en Marzo de 1961, en Abril cumplía los 18 años. Me entregaron una chaquetilla de color azul con botones y un bolsillo en la parte superior, de un tejido bastante fuerte parecido a la loneta y con la inscripción bordada de la empresa.
El jefe de oficina era el contable que se llamaba Agustín Ortiz, un enamorado del esquí y campeón de La Rioja en diversas ocasiones. La secretaria y además cajera era Pilar Santolaya (Pili) una solterona de edad, que vivía sola, muy maja, y yo ocupé la mesa y la silla que había dejado Aniano. La otra sección de la oficina la integraban un Perito Industrial, un Maestro Industrial y dos delineantes.
El primer trabajo que me encomendaron fue la limpieza del archivo que era un cuarto inmundo y oscuro de apenas seis metros cuadrados y donde las camisas de cuello y puños de tergal, las puse como un Cristo, de la mierda y del polvo acumulado de años que tenían cuantas carpetas y documentos allí había.
Mi primer sueldo fueron quinientas pesetas, que la verdad, me parecieron un fortunón. Escasamente llegaban para pagar la patrona que mi madre me había localizado. Gracias a las ayudas en dinero de mi tío José, y a que él paraba poco en la ciudad, pude subsistir, aunque fueron muchos los bocadillos que comí entre horas de embutido de cabeza de jabalí, de dulce de membrillo y de higos secos con pan, porque la comida y la cena que me daba la patrona era frugal. Estaba como un palillo, ¡bien flaco!
Mi patrona se llamaba María Jesús, que a pesar de la moderación de sus comidas, es una persona de la que le tengo un gran recuerdo y a la que profeso un cariño especial, pues hizo, la labor de tercera madre y de bien nacidos es ser agradecidos. ¡Y yo lo estoy! Era muy guapa, baja de estatura y con una melena y unos ojos negros de llamar la atención. Había nacido en Igea (La Rioja). Estaba casada con un dependiente del comercio de tejidos “Almacenes San Bernabé”, llamado Félix, que todavía jugaba al fútbol en tercera división y tenían dos hijos pequeños ya que llevaban poco tiempo de casados.
Normalmente al piso solo iba a dormir. La limpieza la hacía los domingos y la ropa la lavaba la patrona.
La oficina estaba separada del despacho de dirección, la sala de juntas y de los servicios por una mampara de madera y cristal que tenía dos ventanillas.
Una de ellas llevaba escrita la palabra “Caja”, que únicamente atendía la Srta. Pili y la otra no decía nada y siempre la atendía yo. Allí pegaban viajantes, empleados, clientes y quien no acertaba a llamar en la otra.
Al cabo de un tiempo y cuando estuve asentado, me propusieron hacer de delegado comercial de las perchas para colgar la ropa, que se fabricaban en el taller de la madera, pero solamente para la plaza. Me dejarían salir de la oficina a las horas que fueran oportunas para hacer las visitas y los pedidos y me darían una pequeña comisión sobre las ventas que realizara, que ayudaría a incrementar mi escasa mensualidad. La propuesta me pareció correcta y la acepté encantado.
Hice unas buenas ventas y unas muy mejores relaciones.
Una de ellas fue Andrés, de Muebles Dulce, quien cierto día me informó que un representante de la ciudad, que llevaba destacadas firmas de muebles, necesitaba por horas alguien que colaboraba con él en el trabajo de oficina que sus representaciones le daban. Se llamaba Cruz Garrido Hériz y tuvo una relevancia especial en esta época de mi vida. Me entrevisté con él y me dio las explicaciones precisas para el trabajo a desarrollar después de mi jornada laboral. La única pega que tenía es que los sábados por la tarde, que yo tenía fiesta en la Oficina, había que trabajar todo el día y los domingos por la mañana de las diez a las dos, pues eran los días que precisamente él no estaba de viaje y aprovechaba para poner en orden la oficina y organizar el trabajo. Como mi problema mayoritario es que necesitaba más “pasta” y la impresión que me causo Cruz era formidable, acepté de muy buena gana.
Cruz era una persona todavía joven, trabajadora y espléndida, de trato familiar y que llevaba una vida muy dura compensada por la cantidad de dinero que estaba ganando con las representaciones de muebles. Las liquidaciones mensuales o trimestrales que le hacían sus representados eran sustanciosas.
El trabajo a realizar no era complicado. Los pedidos que él había tomado durante la semana a los clientes, se recopilaban por fabricantes y se enviaban por Correo, no sin antes haberles echado un vistazo por si faltaba en ellos algún dato de: referencia, precio, medidas, color, dirección del cliente, transporte, forma de pago y otros por el estilo. Si en la lectura del pedido se descubría, aparte, algún otro gazapo, se recurría al catálogo del fabricante o se usaba el teléfono para aclararlo. Le retiraba las cartas del apartado de correos o del buzón de su casa y le atendía todas las llamadas de teléfono e incluso le cursaba pedidos que me pasaban directamente sus clientes, si no tenían dificultad.
De esta forma, y al estar ocupado durante todo el día, el tiempo se me pasaba volando y mi economía prosperaba…
Llevaba unos meses trabajando en la oficina, cuando pegaron en mi ventanilla y al asomarme me encontré con la agradable sorpresa de Mari Carmen. Sí, la chica de Madrid que había conocido por las fiestas de Estella, con la que había hecho muy buenas migas y con la que me carteaba asiduamente.
- ¡Ay va, que alegría, tú por aquí!.. ¿Cómo así?
Pedí permiso para salir y le di un abrazo y dos besos en las mejillas. Venía como de costumbre, súper puesta. Falda corta y un conjunto de punto de los de jersey (pullover decían las niñas finas) y chaqueta en tono color rosa con zapatos de tacón. ¡Monísima! de escaparate juvenil.
-Como todos los veranos estoy de vacaciones en Torres del Río. Hoy, con mi hermana, hemos aprovechado para bajar a Logroño, hacer unas compras y localizar a unos parientes que tenemos aquí. Mi hermana se ha quedado en una tienda comprando y yo he pasado a verte. Luego iremos juntas a buscar la casa de los parientes.
- ¿tienes las señas?
- Sí, aquí escritas en este papel: Calle Marqués de la Ensenada…
-Ya sé, cuando salgamos a la calle te explico por donde cae. El horario que hago es de 9 a 1 y por la tarde de 4 a 7 ¿Cómo quedamos?
-Si te parece, paso yo a buscarte a la una.
La acompaño hasta la puerta de salida a la calle y le doy las indicaciones que necesita para llegar a la casa de sus familiares, que no está muy lejos de la oficina
-Pues nada, luego nos vemos y charlaremos que sin duda tendremos muchas cosas que contarnos.
Cuando es la hora de salida, ella ya me está esperando en la calle con su hermana.
Me vuelve a dar un par de besos y me presenta a su hermana que también me los da. Es menos agraciada que Mari Carmen pero parece simpática y habladora.
-¡Bueno a ver! ¿Qué os apetece hacer?
-Tenemos que ir a comer sobre las dos. La calle y el portal lo hemos encontrado fácil. Nos han recibido muy bien... ¿Si vamos a un bar a tomar algo?
-¡Perfecto!
Mari Carmen se agarra a mi mano y a la de su hermana y juntos nos vamos los tres, mientras somos blanco de las miradas de mis compañeros de oficina, que asomados a la ventana, nos sonríen maliciosamente.
En el bar nos sentamos en una mesita, tomamos el aperitivo y pasamos el rato contándonos nuestros buenos momentos pasados en las fiestas de Estella, cómo estamos de amores y la situación actual de cada uno de nosotros en cuanto a trabajo y estudios.
Hablamos de ir al cine por la tarde, cuando salga de la oficina y Mari Carmen me responde:
- No sé si me dará tiempo. Más bien creo que será imposible porque tenemos que regresar hoy. Lo único que se me ocurre es preguntarles a mis parientes que si me puedo quedar a dormir y mi hermana que se vaya en el autobús y que les diga en Torres del Río que me he quedado con los familiares. Nos vemos después de comer, sobre las tres o así, en este mismo bar y te digo lo que hay.
- Bueno…, me parece bien
Nos levantamos y acompaño a las dos hermanas hasta el domicilio de sus parientes donde las dejo y nos despedimos.
A la hora convenida, mientras tomo un café, estoy esperando y veo llegar a Mari Carmen sola.
Como acostumbra, cuando se va y cuando se viene, me planta un par de besos en las mejillas, acercándose hacia mí lo más que puede, y que me saben a gloria celestial. ¡Qué cariñosa es!, como me gusta y que buena está. La veo muy contenta y enseguida me dice:
- Félix, que me dejan quedarme a pasar el fin de semana. Tal como querías podemos ir al cine.
Me vuelve a abrazar y me suelta otro par de besitos. Dios mío, me pregunto, ¿qué puede pasar aquí ?...
Mientras toma su café, el camarero nos ha acercado el periódico y ojeamos la cartelera cinematográfica. Estamos en duda entre dos películas:”El apartamento” que es una comedia y una que han comentado en la oficina que está muy bien, que se titula “Psicosis” de terror y suspense. Nos inclinamos por esta última que encima la dirige Alfred Hitchcock.
A todo esto, Mari Carmen, desde que ha llegado, no ha dejado en ningún momento de soltarme la mano, que acaricia de vez en cuando. Tengo que cumplir la jornada de tarde en la oficina y nos citamos para la hora de salida. Ella me propone ir a buscarme al trabajo, una vez más, y yo acepto encantado.
A la hora convenida, estoy más nervioso que un flan y ella puntual está esperándome en la esquina de la calle, muy cerca de la puerta. Me recibe cariñosa como de costumbre y los compañeros al pasar, mirándonos, hacen comentarios entre ellos y hasta escuchamos algún silbidito.
Cuando llegamos al cine la película está empezada y el acomodador, guiándonos con su linterna, nos coloca en la parte de atrás de la sala en la zona de las parejitas. Cuanto sabían estos tipos y que no habrán visto con la escasa luz de la sala.
Nada más sentarnos, Mari Carmen, me coge del brazo y deja apoyada mi mano en su rodilla. Al contacto de la media que cubre su pierna, me empiezo a poner nervioso y la sangre se me alborota cuando ella posa su mano sobre la mía y me anima con movimientos a que la acaricie. A cada caricia mía ella me responde con un beso, primero sin lengua, luego con lengua, otros con tornillo y la temperatura va subiendo.
No nos enteramos de la película estamos a lo nuestro. En una nube de la que ninguno de los dos deseamos bajar.
(...continuará)
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